Escondido mirador (Para Miguel Zaballa, porque habría disfrutado tanto como yo)

Escondido mirador (Para Miguel Zaballa, porque habría disfrutado tanto como yo)

Callejear por el Albaicín, sobre todo por la noche, es sumergirse en la historia; hacer un viaje en el tiempo hasta sus raíces moriscas y siempre (con calor o sin el) resulta un placer para los sentidos. Pasear por ese laberinto de callejuelas estrechas y empinadas, subir sus escaleras mientras te embriagas con el olor de los jazmines recién abiertos, descubrir pequeñas plazas donde menos te lo esperas, admirar con envidia los patios y jardines de los cármenes escalonados a lo largo de la subida que hacen ésta menos dura cuando sientes a través de las tapias encaladas el frescor de sus fuentes y árboles frutales.
No es siquiera necesario acercarse hasta los conocidos miradores, siempre llenos de gente, para poder contemplar la Alhambra, desde muchos de estos callejones se ve recortarse la silueta imponente y misteriosa de la fortaleza vigilando y guardando a la ciudad.
En el Albaicín te impregnas del sabor, del aroma y de la historia de una ciudad.